Resulta que una vez había un cuervo que encontró un enorme y apetitoso pedazo de queso caído en el suelo. En cuanto lo vio, lo tomó en su pico y, volando, se posó en lo alto de un árbol para disfrutarlo a sus anchas.
Fue entonces que pasó por ahí un zorro astuto que, viendo al cuervo en tal trámite, empezó a pensar alguna forma de hacerse con el queso. Pero era difícil porque no los zorros no tienen alas y de ninguna manera podía alcanzar al cuervo para quitárselo.
Así que recurrió a lo único que tenía a mano: un discurso. Y le dijo que hacía mucho que lo buscaba, pero que no lo había podido encontrar. Pero ahora que lo veía, entendía las razones por las se decían por ahí las cosas que él había escuchado: nunca había encontrado a nadie tan bien puesto con semejantes ojos, garras y pico.
Lo único que le faltaba al zorro después de ver y alabar semejante hermosura era simplemente oír el canto del cuervo que, inmediatamente y esperando cumplir las expectativas de su nuevo amigo, abrió la boca para comenzar su canción.
En ese mismo momento cayó el queso al suelo, que desapareció junto con el zorro y todos sus halagos.