EL ANILLO DE BRONCE
Había una vez en un país lejano un Rey que vivía en un palacio rodeado por un enorme jardín. Pero, a pesar de tener muchos Jardineros y buen suelo, el jardín no daba flores ni frutos, ni tampoco césped o árboles frondosos.
El Rey estaba muy preocupado por esto,
cuando un sabio anciano le dijo:
–Tus Jardineros no entienden su oficio,
pero ¿qué puedes esperar de hombres cuyos padres fueron zapateros y
carpinteros? ¿Cómo habrían aprendido a cultivar tu jardín?
–Es cierto.– contestó el Rey.
–Entonces –continuó el anciano– lo que
deberías hacer sería buscar un Jardinero cuyo padre y abuelo hayan ejercido el
mismo oficio antes que él, y muy pronto tu jardín estará lleno de césped y
hermosas flores; y tu disfrutarás sus deliciosos frutos. –
El Rey envió mensajeros a cada aldea,
pueblo y Ciudad de su Reino para que buscaran un Jardinero cuyos ancestros
hubieran sido Jardineros también. Y luego de cuarenta días, lo encontraron.
–Ven con nosotros y sé Jardinero del
Rey.– le dijeron.
–¿Cómo puedo acercarme al Rey, un
pobre desgraciado como yo?– dijo el hombre.
–Eso no tiene importancia, aquí tienes
nuevas vestimentas para tú y tu familia.
–¡Pero debo dinero a muchas personas!
–Nosotros les pagaremos– le
contestaron.
Entonces el Jardinero se convenció y
fue con los mensajeros, juntamente con su esposa y su hijo. El Rey, encantado
de encontrar un Jardinero real, le confió el cuidado de su jardín. El hombre no
tuvo mayores dificultades en lograr que el jardín produjera flores y frutos; y
para el fin del año, el parque ya lucía de otra manera. Entonces el Rey lo
colmó de regalos.
El Jardinero, como ya hemos escuchado,
tenía un hijo. Era un joven muy apuesto y educado que todos los días llevaba
las mejores frutas del jardín al Rey, y todas sus flores más hermosas a la
Princesa. Ella era maravillosamente hermosa y tenía dieciséis años, por eso el
Rey pensaba que ya era tiempo de casarla.
–Mi querida niña –le decía– ya estás en
edad de casarte, y estoy pensando en hacerlo con el hijo de mi primer Ministro.
–Padre– respondió la Princesa– nunca me
casaré con el hijo del Ministro.
–¿Por qué no? –preguntó el Rey.
–Porque amo al hijo del Jardinero
–respondió la Princesa.
Cuando escuchó esto el Rey se sintió
muy enojado al principio, suspirando, llorando y declarando que un esposo así
no era digno de su esposa; pero la joven Princesa no estaba dispuesta a dar
marcha atrás en su resolución de casarse con el hijo del Jardinero.
Entonces el Rey consultó a sus
Ministros.
–Esto es lo que debes hacer– le dijeron
–para deshacerte del Jardinero, tienes que enviar ambos pretendientes a un país
muy lejano, y el que primero de ellas vuelva se casará con tu hija.
El Rey siguió este consejo. Entonces se
le dio al hijo del Ministro un espléndido caballo y un bolso lleno de piezas de
oro; mientras que al hijo del Jardinero se le entregó solamente un caballo cojo
y una bolsa llena de monedas de cobre. Todos pensaron que nuca volvería de su
viaje.
El día antes de partir, la Princesa
encontró a su amor y le dijo:
–Sé valiente, y acuérdate siempre que
te amo. Toma esta bolsa llena de joyas y haz el mejor uso que puedas de ellas
por amor a mí. Y vuelve pronto a pedir mi mano.
Los dos pretendientes abandonaron el
pueblo juntos, pero el hijo del Ministro salió rápidamente a galope en su
magnífico caballo, y muy pronto se perdió de vista detrás de las lejanas
colinas. Marchó por algunos días hasta llegar a una fuente junto a la que una
anciana en harapos se sentaba sobre una piedra.
–Buenos días, joven viajero– le dijo la
anciana.
Pero el hijo del Ministro nada le
contestó.
–Ten piedad de mí, viajero– le dijo
ella nuevamente–estoy muriéndome de hambre, como puedes ver, y desde hace tres
días que estoy aquí nadie me ha dado nada.
–Déjame solo, vieja bruja– le contestó
el joven –nada puedo hacer por ti.– Y contestándole así, siguió su camino.
Esa misma tarde el hijo del Jardinero
llegó también a la fuente sobre su viejo caballo gris.
–Buenos días a ti, joven viajero– le
dijo la anciana pordiosera.
–Buenos días, buena mujer– le contestó
el muchacho.
–Joven viajero, ten piedad de mí–.
–Toma mi bolsa, buena mujer, y monta
detrás de mí, porque tus piernas no pueden ser fuertes.
La anciana, sin pensarlo dos veces,
montó detrás suyo; y así llegaron a la Capital de un poderoso Reino.
Mientras que el hijo del Ministro fue
alojado en una gran posada, el hijo del Jardinero y la anciana se ubicaron en
ese mismo lugar como mendigos.
Al día siguiente, el hijo del Jardinero
oyó un ruido muy fuerte en la calle. Eran los heraldos del Rey, sonando todo
tipo de instrumentos y gritando.
–El Rey, nuestro amo, está viejo y
enfermo. Pero dará una gran recompensa al que lo cure y le devuelva la fuerza
de su juventud.
Entonces la anciana le dijo al
muchacho:
–Esto es lo que debes hacer para
obtener la recompensa que el Rey promote: sal del poblado por la puerta sur, y
encontrarás tres pequeños perros de diferentes colores; el primero será blanco,
el segundo negro y el tercero rojo. Debes matarlos y quemarlos por separado,
reuniendo las cenizas. Luego, debes poner las cenizas de cada perro en una
bolsa de su mismo color. Una vez que lo hagas, preséntate en la puerta del
Palacio gritando fuertemente: “Un famoso médico ha llegado de Janina en
Albania. Solamente él puede curar al Rey y devolverle la fuerza de su
juventud.” Los médicos del Rey dirán: “Es un impostor, y no un sabio”, y le
pondrán todo tipo de dificultades, pero tú las superarás finalmente y te
presentarás frente al Rey enfermo. Le pedirás tanta madera como puedan cargar
tres mulas, una enorme olla, y deberás encerrarte solo con el Sultán. Cuando el
agua hierva, deberás tirar al Sultán en la olla y dejarlo ahí hasta que su
carne esté completamente separada de sus huesos. Luego tienes que acomodar los
huesos cada uno en su lugar, y tirar sobre ellos las cenizas de las bolsas.
Entonces el Rey volverá a la vida, y se encontrará justo como cuando tenía
veinte años. Por recompensa debes reclamarle el anillo de bronce que tiene el
poder de garantizarte cada cosa que desees. Ve, hijo mío y no te olvides de mis
instrucciones.
El joven siguió las instrucciones de la
anciana. Saliendo del pueblo encontró los perros rojo, blanco y negros,
matándolos y quemándolos, guardando las cenizas en las tres bolsas. Luego,
corrió hacia el palacio gritando.
–Un afamado medico ha llegado desde
Janina en Albania. Solamente él puede curar al Rey y darle nuevamente la fuerza
de su juventud.
Los medicos reales primero rieron ante
el desconocido, pero el Sultán ordenó que el extranjero fuera admitido.
Entonces trajeron la olla y la madera. Pronto, el Rey estuvo hirviendo.
Cerca de mediodía el hijo del Jardinero
ubicó los huesos en su lugar, y luego esparció las cenizas sobre ellos.
Inmediatamente el viejo Rey revivió para encontrarse nuevamente joven y fuerte.
–¿Cómo podré recompensarte? ¿Te
llevarías la mitad de mis tesoros?
–No, dijo el hijo del Jardinero.
–¿La mano de mi hija, entonces?
–No.
–Toma la mitad de mi Reino.
–No, déme simplemente el anillo de
bronce que puede instantáneamente garantizarme lo que desee.
–¡Oh!– dijo el Rey – Aunque tengo gran
aprecio pore se maravilloso anillo, sera de todas formas tuyo.
Y se lo entregó.
El hijo del Jardinero volvió a
despedirse de la anciana, y luego ordenó al anillo de bronce:
–Prepara un magnífico barco en el que
pueda continuar mi viaje. Que el casco sea de fino oro, con mástiles de plata,
y velas de brocado. Que la tripulación consista en doce jóvenes de noble
aspecto, vestidos como Reyes; y que su carga sea de diamantes, rubíes,
esmeraldas y carbunclos.
Inmediatamente, un barco apareció en el
mar exactamente según la descripción dada por el hijo del Jardinero que,
embarcándose, continuó con su viaje.
Así, llegó a una gran Ciudad y se
estableció en un maravilloso palacio. Luego de muchos días encontró a su rival,
el hijo del Ministro, que ya había gastado todo su dinero y se encontraba ahora
reducido a un desagradable empleo de basurero. Entonces el hijo del Jardinero
le dijo:
–¿Cuál es tu nombre, cuál es tu familia
y desde qué país vienes?
–Soy el hijo del Primer Ministro de una
gran nación, y sin embargo, fíjate a qué degradante ocupación me encuentro
reducido.
–Escúchame, aunque no sé nada más sobre
tí, quiero ayudarte. Te voy a dar un barco para que puedas volver a tu hogar,
pero bajo una única condición.
–Lo que fuera que sea, aceptaré
gustosamente.
–Sígueme a mi palacio.
El hijo del Ministro siguió al rico
extranjero al que no había reconocido. Cuando llegaron al palacio, el hijo del
Jardinero hizo un signo a sus esclavos, que inmediatamente desvistieron a su
invitado.
–Calienten a fuego este anillo– ordenó
el amo –y marquen al hombre con él en su espalda.
Los esclavos obedecieron.
–Ahora, muchacho –dijo el rico
extranjero –voy a darte un navío que te llevará nuevamente a tu tierra.
Y, saliendo, tomó el anillo de bronce y
dijo:
–Anillo, obedece a tu amo. Prepárame un
barco así: la mitad de sus maderas podridas serán pintadas de color negro, haz
que las velas sean harapos y sus marineros que sean hombres enfermizos, algunos
con una pierna menos, otro que haya perdido su brazo, el tercero que sea
jorobado; otro que sea cojo o ciego, y la mayoría de ellos feos y cubiertos de
tajos y cicatrices. Ve y ejecuta mi orden.
Una vez armado, el hijo del Ministro se
embarcó y, gracias a los vientos favorable, rápidamente volvió a su patria. A
pesar de la miserable condición en que volvió, fue recibido con alegría.
–Soy el primero en volver –dijo al ¨Rey
–ahora cumple tu promesa y dame la Princesa en matrimonio.
Entonces comenzaron a prepares el
matrimonio y las fiestas. En cuanto a la pobre Princesa, estaba profundamente
triste y furiosa con todo esto.
La mañana siguiente, al amanecer, un
maravilloso barco con todas sus velas llegó al Puerto de la Ciudad. El Rey
estaba en ese momento mirando por la ventana de su palacio.
–Qué barco extraño – exclamó – está
hecho de oro, con mástiles de plata y velas de seda, pero ¿quiénes son los
jóvenes que parecen ser Príncipes que vienen en él? ¡Vayan e inviten al
Capitán, que venga a mi Palacio!
Sus sirvientes le obedecieron y muy
pronto entró un encantador joven Príncipe, vestido en rica seda, y con
ornamentos de perlas y diamantes .
–Joven –dijo el Rey –eres bienvenido,
quienquiera que seas. Házme el favor de ser mi invitado todo el tiempo que
permanezcas en mi Ciudad.
–¡Muchas gracias, Señor! –respondió el
Capitán –acepto tu oferta.
–Mi hija está a punto de casarse –le
dijo el Rey. –¿La llevarías al altar?
–Encantado, Señor.–
Enseguida llegó la Princesa con su
prometido.
–Pero, ¿cómo es esto? –se lamentó el
Capitán –¿casarías a esta hermosa Princesa con un hombre así?
–Es el hijo de mi Primer
Ministro!
–¿Qué importa? No puedo entregar a tu
hija. Su prometido es uno de mis sirvientes.
–¿Tu sirviente?
–Sin ninguna duda. Lo encontré en un
pueblo distante, reducido a sacar polvo y basura de las casas. Tuve piedad de
él y lo tomé como sirviente.
–¡Es imposible! –exclamó el Rey.
–¿Quieres pruebas de lo que te digo?
Este joven volvió aquí en un barco que prepare para él, un barco con maderas
podridas negras y su tripulación de enfermos.
–Eso es muy cierto –contestó el Rey.
–¡Es falso! –gritó el hijo del Ministro
–¡no conozco a este hombre!
–Señor –dijo el Capitán –ordena al
prometido de tu hija que se desnude, y veamos si la marca de mi anillo se
encuentra marcada en su espalda.
El Rey estaba a punto de dar la orden,
cuando el hijo del Ministro, para evitar una indignidad semejante, admitió la
verdad de la historia.
–Ahora, Señor –dijo el Capitán –¿me reconoce?
–Te reconozco –dijo la Princesa –eres
el hijo del Jardinero, al que siempre amé, y es contigo con quien quiero
casarme.
–Joven, serás mi yerno –exclamó el Rey –las fiestas de bodas ya han comenzado, así que te casarás con mi hija hoy mismo.