LA CIUDAD DE ESTECO

En el norte argentino, la ciudad de Esteco se enorgullecía como la ciudad más rica y poderosa. Se encontraba en Salta, en un valle fértil y hermoso.

Dicen que era una ciudad era muy hermosa, con una torre hecha de oro que también brillaba en sus calles. La gente era extremadamente opulenta y orgullosa. Esto era a tal punto que, habitualmente, si cualquier cosa se le caía a alguno por la calle, por mucho valor que tuviera, jamás se tomaba la molestia de recuperarla.

Sus habitantes habían acumulado una gran riqueza y vivían en el lujo y la comodidad. Pero eran malos e indecentes. También eran muy mezquinos e insolentes con los pobres, y despiadados con los esclavos.

Llegó un buen día a Esteco un misionero -algunos hablan de San Francisco Solano- para redimirla. Pidió limosna de puerta en puerta pero nadie lo socorrió. Solamente una mujer muy pobre, que vivía en las afueras de la ciudad con su hijo pequeño, mató la única gallinita que tenía para dar de comer al peregrino.

Desde el púlpito, el visitante predicó desde la necesidad de volver a las costumbres sencillas y puras, practicando la caridad, siendo humildes y generosos; pero todo el mundo se burló de él.

Entonces predijo que si la ciudad y sus habitantes no se convertían la ciudad sería destruida.

Todos se burlaron al punto tal que la palabra “terremoto” se mezcló a los chistes más atrevidos. Así, se divertían hablando de “cintas de color terremoto” que usarían para sus ropas y vestidos.

Al poco tiempo, el misionero se presentó en la casa de la mujer pobre, ordenándole que por la mañana saliera de la ciudad con su hijito en brazos. Le anunció que la ciudad se perdería, pero que ella sería salvada por su caridad.

Lo único que debía evitar era volver su cabeza para mirar hacia atrás al partir, aunque le pareciera que se perdía el mundo; pero, si no lograba dominarse, también le alcanzaría un castigo.

La mujer obedeció al misionero y por la madrugada partió rápidamente con su hijito en brazos. Mientras huía, un trueno ensordecedor resonó. La tierra se estremeció en un pavoroso terremoto, se abrieron grietas inmensas y lenguas de fuego brotaban por todas partes. La ciudad y sus gentes se hundieron en esos abismos ardientes. La mujer caritativa pudo resistir buen rato, y marchó oyendo a sus espaldas el fragor del terremoto y los lamentos de las gentes. 

Pero finalmente no pudo contenerse más y volvió la cabeza, aterrada y curiosa. Fue en ese momento que se transformó en una mole de piedra que conserva la forma de una mujer que lleva un niño en brazos. 

Los campesinos todavía pueden ver la estatua a la distancia, y dice que cada año da un paso más hacia la ciudad de Salta.